DICE EL ÁRBOL
 
Yo soy tu amigo y te digo:
por favor, no me hagas daño;
mas si es neceario, sea,
pero sólo el necesario
 
Estoy para darte frutos,
tal vez solamente pájaros,
sombra si la necesitas,
rumor si te gusta el cántico.
 
Algún día podré ser
la ventana de tu cuarto,
la mesa para tu pan,
la mecedora, tu arado,
la ayuda de tu jornal
o el lecho de tu descanso.
 
Cuando cantas una nana,
yo, de cuna, estoy cantando;
a veces crujen mis ramas
para acompañar el canto.
 
Tal vez, si llegas a viejo
me necesites de báculo.
Puede ser que en los inviernos,
cuando haya nieve en el campo,
mis brazos le den calor
a los tuyos y a tus manos.
Y yo he de ser, aunque es triste
el tener que recordártelo,
el último compañero
que te llevará en sus brazos.
 
Siendo mas fuerte que tú
y en completo desamparo
a los fríos del invierno
y a las llamas del verano,
si me ofendes, no te ofendo,
si me dañas, no te daño,
al contrario, cuántes veces
-y eso que lo diga el sándalo-,
el cuchillo que me hiere
lo devuelvo perfumado.
 
¿Que te hacen falta mis frutos?
Yo te los doy de buen grado.
¿Que te hacen falta mis ramas?
Corta, por tanto, mis brazos.
¿Que necesitas mi tronco?
No te apene derribarlo.
Para tu servicio crezco
y para tu bien me abato.
A cambio, solo te pido:
Por favor, no me hagas daño;
mas si es necesario, sea,
pero sólo el necesario.
 
¿Que estorbo en un sitio?
Piensa, antes de darme el hachazo,
hasta qué punto es verdad
que puede estorbar un árbol.
 
¿Tienes que cortar dos ramas?
Por favor, no cortes cuatro.
Que si el daño que me haces,
cuando es por bien, no es daño,
y no solo en paz lo acepto,
sino con placer lo paso,
el que me haces sin causa
ese sí que me hace daño.
 
Yo soy tu amigo y te digo:
Por favor, no me hagas daño;
mas si es necesario, sea,
pero sólo el necesario.