MUJER DE CUARENTA
Ha llegado una nueva mujer al vecindario, dos hijos y tres perros, y un marido elusivo; la mujer, de cuarenta, tiene cierto atractivo; tomo nota de entradas, de salidas, de horario.
La mujer, de cuarenta, camina con la airosa, sosegada cadencia de quien no tiene prisa; sabe mirar de frente, y esboza una sonrisa que atraviesa la calle. Parece casi hermosa.
La mujer, de cuarenta, tiene cintura breve, firmes senos redondos, caderas ondulantes… ¿Cómo pude mirarla sin llegar a ver antes la exquisitez y el ritmo con que al andar se mueve?
La mujer, de cuarenta, se me va apoderando de una zona del alma, y un rincón de la piel; en sus labios de grana y en sus ojos de miel parece haber un brindis que se va insinuando.
La mujer, de cuarenta, se ha tornado en marea que ha invadido mi playa; la miro cada día directa, intensamente, y ella me desafía manteniendo la vista, como quien lo plantea.
La mujer, de cuarenta, me ha invitado a su casa. El marido, al trabajo, los niños en la escuela. Y en alcoba de espejos al fin se me revela su desnudez espléndida, que me envuelve y abrasa.
FRANCISCO ALVAREZ HIDALGO |