DE NOCHE
Quien camina de noche recupera su propia identidad, la que se pierde bajo la luz del sol, y en el barullo de oficinas, terrazas, almacenes, donde uno se desprende de sí mismo para adaptarse a los demás. Se enciende la mente en soledad, y en el tumulto se va apagando al tiempo que se vierte. De noche soy yo mismo, sin la desatención de quien requiere multiplicarse en otros, soy una dirección; en ambas sienes me palpita al unísono el impacto de cada voz gestándose en la mente. Por mí y para mí pienso, no para otros oídos, o papeles. De noche voy por calles despobladas, me acompaña mi perro, que me entiende sin explicarle lo que mi cerebro, en su arbitrariedad, teje y desteje. Su paso es rítmico, al compás del mío, aunque de vez en cuando se detiene a imprimir su mensaje en la palmera, o en el roble de siempre. Percibe lo que pienso, sin hablarlo, mi diálogo interior es transparente. De las diez a las once de la noche, hora de confesión, de insensateces, hablo con ella de los buenos tiempos, cuando me amó y la amé, cuando la nieve coronaba los cerros, a la blanda eclosión de los claveles, al fuego de la tarde, junto al río, o al desnudarse el olmo de sus verdes Fueron los tiempos de oro, ambos secuestradores y rehenes. Y también hablo de las horas bajas, nunca violentas, sólo sorprendentes; horas en que el amor, ya oscurecido en su perfil, perdiendo iba relieve; del tibio declinar, de la voz baja, como temiendo herir, pero que hiere; de su transformación, su lejanía, de mi desolación, de su repliegue. Mi perro va escuchando este silencio que dice tantas cosas. No se atreve a interrumpir conversación tan íntima dentro de mí, pero me mira a veces con la dulzura inmensa de sus ojos que no saben de amor, mas lo presienten. Yo soy más yo cuando camino a solas, al lado de mi perro, que me entiende.
FRANISCO ALVAREZ HIDALGO |