SOLEÁ DEL AGUA QUE NO QUIERO BEBER
Cuando estaba el agua lejos yo me moría de sed; hoy que tengo el agua cerca ya no la quiero beber.
¡Ay, aquel agua cantora que por el monte corría, cristalito de armonía soliviantando a la aurora! Frescura murmuradora, blanco espejo de frescura, prendado de su blancura y de su limpio correr, yo quise un día beber hasta ahogarme en su hermosura.
Tú ya me entiendes, mujer...
Pero aquel cristal lejano bajó del monte un buen día, porque dijo que quería rumorear por el llano.
Al alcance de mi mano llegó el agua en su correr; pero yo no sé, mujer, lo que aquel agua traería; tan cerca que la tenía... y no la quise beber.
Tú ya me entiendes, mujer...
Lo que aquel agua tenía me lo decía tu cara: era que ya no era clara; era que ya no era mía, era que se consumía entre sombras y recodos y que, llenita de lodos de estar tanto en compromiso, era que nadie la quiso por ser agüita de todos.
Ya ves qué cosa, mujer...
Cuando estaba el agua lejos yo me moría de sed; y hoy que tengo el agua cerca ya no la quiero beber.
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